La existencia de cada individuo es, en verdad, un fenómeno extraordinario y altamente improbable. Cada ser que respira en este vasto universo es el resultado de una serie de eventos tan extraordinariamente fortuitos que la mera posibilidad de su ocurrencia roza los límites de lo inverosímil.
Para comenzar, consideremos el simple hecho de que nuestros padres se conocieron. Pensemos en sus historias de vida individuales, en las decisiones cotidianas que tomaron y que los llevaron a coincidir en un tiempo y lugar específicos. Cada uno de esos momentos estuvo influenciado por un sinfín de variables: la elección de una carrera, un cambio de residencia, amistades compartidas, e incluso el mero hecho de estar en un lugar determinado en un momento preciso. Si cualquiera de estos factores hubiera sido diferente, es posible que nunca se hubieran conocido.
Tomemos como ejemplo el encuentro de dos personas en una universidad. Para que ambos coincidieran en ese espacio, debieron haber tomado la decisión de estudiar en esa institución, en esa ciudad, y en ese momento particular. Las decisiones de sus familias, las oportunidades económicas, e incluso sus intereses y aptitudes académicas jugaron un papel crucial en dirigirlos hacia ese destino común. Una variación mínima en cualquiera de estos aspectos, teniendo en cuenta la cantidad de decisiones y circunstancias que deben alinearse perfectamente, podría haberlos llevado por caminos divergentes, y en consecuencia, nuestra existencia jamás se hubiera materializado.
Ahora, consideremos el instante de la concepción. Cada eyaculación masculina contiene aproximadamente entre 40 y 600 millones de espermatozoides, cada uno compitiendo por fertilizar un óvulo. La probabilidad de que un espermatozoide específico, portador de la mitad de nuestro material genético, sea el que finalmente lo logre, es infinitesimal. Pero la improbabilidad no termina ahí. El óvulo mismo es una célula única, seleccionada de entre miles de ovocitos presentes en los ovarios de la madre. El momento exacto de la ovulación, la viabilidad del espermatozoide y las condiciones fisiológicas del cuerpo materno, todo debe coincidir de manera precisa para que la concepción se produzca.
Además, debemos considerar las generaciones anteriores. Cada uno de nuestros antepasados debió haber sobrevivido a sus propios desafíos y vicisitudes para llegar a la edad reproductiva y procrear. Desde enfermedades y hambrunas hasta guerras y desastres naturales, las probabilidades de que cada uno de ellos sobreviviera y tuviera descendencia también son extremadamente bajas. Cualquier cambio en esta cadena ancestral habría alterado el curso de la historia genética que culmina en nosotros.
Por otro lado, la recombinación genética durante la meiosis asegura que cada individuo sea único. Este proceso, en el cual los cromosomas intercambian fragmentos de ADN, genera una diversidad genética inmensa. Por lo tanto, no solo es improbable que uno sea concebido, sino que la combinación específica de genes que nos define es única en su clase. La probabilidad de que se repita una combinación idéntica es prácticamente nula,.
La ciencia también nos permite entender la complejidad del desarrollo embrionario y fetal. Desde la implantación del embrión en el útero hasta los innumerables procesos de diferenciación celular que conducen al desarrollo de órganos y sistemas, cada etapa del desarrollo humano está llena de posibles contingencias. La salud y el bienestar materno, la nutrición, y la ausencia de factores capaces de causar un defecto congénito son esenciales para un desarrollo normal. Cualquier alteración en este delicado equilibrio podría resultar en complicaciones que impidan el nacimiento de un ser humano viable.
Asimismo, la sociología y la psicología también juegan un papel en nuestra existencia. Las dinámicas familiares, las influencias culturales y las condiciones socioeconómicas afectan las decisiones de nuestros padres y, en consecuencia, nuestra oportunidad de nacer. En sociedades con alta mortalidad infantil o en contextos de alta migración, las variables que determinan la procreación son aún más complejas.
Además, la existencia humana no solo depende de la biología y la historia familiar. También está influenciada por la estabilidad de nuestro planeta y su capacidad para sustentar la vida. La Tierra se encuentra en la “zona habitable” de nuestro sistema solar, a una distancia del Sol que permite la existencia de agua líquida. Si estuviéramos un poco más cerca o más lejos, las condiciones serían demasiado extremas para la vida tal como la conocemos.
La existencia de cada individuo es un fenómeno de improbabilidad matemática y biológica, enmarcado por una serie de coincidencias y circunstancias extraordinarias. Desde el encuentro de nuestros padres, pasando por el proceso de concepción y el desarrollo embrionario, hasta las influencias socioculturales, todo confluye de manera única para que nazcamos. Cada vida es, por tanto, una combinación irrepetible de eventos que resalta la maravilla y el misterio de la existencia. Reflexionar sobre esta improbabilidad no solo nos invita a apreciar la vida con intensidad, sino también a valorar cada instante y reconocer la fragilidad e identidad de nuestra propia existencia.
Nullius in verba