Cuando era un joven estudiante, un niño en realidad, en los Maristas de Chamberí en Madrid, escuché de uno de mis profesores una frase que, aunque no llegué a comprender en toda su amplitud, nunca abandonó mi memoria: “las formas nos forman”. Aquella sentencia, cargada de profundidad y sabiduría, se ha convertido en un faro que ha iluminado mi camino a lo largo de los años. Hoy, con el deseo de compartir la riqueza de su significado, me permito explorar cómo esta máxima ha influido en mi vida y en la comprensión de las interacciones humanas.
La forma en que nos comportamos, ese abanico de gestos, expresiones y actitudes que adoptamos a diario, se convierte en un reflejo visible de nuestra personalidad, valores y experiencias. Cada detalle, desde la forma en que sostenemos nuestra postura hasta la entonación de nuestra voz, comunica información no solo a los demás, sino también a nosotros mismos. A menudo, subestimamos el poder que estos matices tienen en nuestra percepción de quienes somos y en la impresión que causamos en los demás.
Un ejemplo de la influencia de nuestras acciones en nuestra vida cotidiana es el impacto de una sonrisa. La sonrisa, un gesto universal que trasciende las barreras del idioma y la cultura, va más allá de una simple expresión de alegría o simpatía. Se ha publicado que sonreír activa la liberación de endorfinas, las famosas “hormonas de la felicidad”, que no solo mejoran nuestro estado de ánimo, sino que también reducen el estrés y fortalecen nuestra autoestima. Además, una sonrisa sincera y cálida tiene el poder de irradiar alegría a quienes nos rodean, creando un ambiente más positivo y propicio para relaciones efectivas.
Otro ejemplo revelador de cómo nuestras acciones moldean nuestra vida es el efecto del contacto físico. Ya sea a través de abrazos, apretones de manos o caricias sutiles, expresamos una amplia gama de emociones como afecto, apoyo y consuelo. Sin embargo, el contacto físico también tiene un impacto biológico profundo en nuestro bienestar. Varios estudios científicos han demostrado que el contacto físico desencadena la liberación de oxitocina en el cerebro, una hormona que promueve el vínculo social, la confianza y la cooperación. Además, reduce la presión arterial y el ritmo cardíaco, disminuyendo los niveles de cortisol, la hormona relacionada con el estrés. Estos efectos revelan que el contacto físico fortalece nuestras relaciones con los demás y contribuye de manera tangible a nuestra salud física y mental.
Estos ejemplos son solo la punta del iceberg en cuanto a cómo nuestras acciones cotidianas, en apariencia simples, influyen de manera significativa en nuestra vida y en la de quienes nos rodean. Nuestro comportamiento no solo comunica nuestras emociones y actitudes, sino que también moldea nuestra psicología y bienestar en general. Por lo tanto, es crucial tomar conciencia de cómo nos comportamos y cómo esto afecta tanto a nosotros mismos como a nuestro entorno.
La autoevaluación y la reflexión sobre nuestra forma de comportarnos nos llevará a elegir conscientemente actitudes y comportamientos que nos beneficien. A través de la empatía, podemos cultivar relaciones más saludables. En lugar de permitir que las formas nos moldeen de manera inadvertida, podemos convertirnos en arquitectos de nuestra propia expresión y, en última instancia, de nuestro bienestar.
Sin embargo, la influencia de nuestras formas de comportarnos va más allá de nuestro bienestar personal. Se extiende a aquellos que nos rodean, moldeando sus percepciones, emociones y respuestas. Nuestra forma de actuar va a ser un faro que guía a otros en su propio camino, influyendo en la forma en que se relacionan con nosotros y con el mundo.
Tomemos, por ejemplo, la importancia de escuchar activamente en nuestras interacciones cotidianas. Cuando mostramos atención genuina hacia las preocupaciones y pensamientos de los demás, estamos adoptando una forma de comportamiento que no solo les hace sentir valorados, sino que también fortalece la calidad de nuestras relaciones. Este gesto de empatía y comprensión genera un círculo virtuoso en el que los demás se sientan inspirados a devolver esa misma atención y cuidado. Así, nuestra forma de escuchar activamente puede transformar la dinámica de una conversación y, en última instancia, las relaciones humanas en su conjunto.
De manera similar, la forma en que expresamos críticas o desacuerdos tiene un profundo impacto en la receptividad de los demás. Si optamos por un enfoque respetuoso y constructivo, en lugar de uno crítico y confrontativo, estamos utilizando nuestras formas de comportamiento para abrir puertas al entendimiento y la colaboración. Esta elección consciente será un catalizador para un diálogo más constructivo y, en última instancia, para una resolución de conflictos más efectiva.
Además, nuestras acciones van a inspirar y motivar a quienes nos rodean. Un líder que adopta un comportamiento positivo y una ética laboral ejemplar influye en sus empleados, estimulando la dedicación y la excelencia. Un maestro que muestra pasión y compromiso inspira a sus estudiantes a explorar sus propios intereses y a alcanzar su máximo potencial. Estos ejemplos resaltan cómo nuestras formas de comportarnos son faros de inspiración y motivación para los demás, dando forma a su crecimiento y desarrollo.
Por otro lado, es importante reconocer que nuestras acciones también tienen un impacto negativo si no se ejercen con cuidado y consideración. Una forma de comportarse que es brusca, insensible o egocéntrica crea barreras en las relaciones y genera resentimiento en lugar de comprensión. Por lo tanto, la toma de conciencia de cómo nuestras formas de actuar afectan a los demás es esencial para construir relaciones saludables y efectivas.
La máxima “las formas nos forman” se extiende más allá de nuestra vida personal y se adentra en el terreno de las relaciones humanas. Nuestra forma de comportarnos no solo afecta nuestro bienestar, sino que también moldea la percepción, emociones y respuestas de quienes nos rodean. Desde la sonrisa que contagia la alegría hasta el gesto de escuchar activamente que fortalece las relaciones, cada acto de comportamiento tiene el poder de influir en el mundo que nos rodea. Al ser conscientes de esta influencia, podemos elegir formas de actuar que enriquezcan nuestras vidas y las de los demás, forjando así un camino hacia relaciones más satisfactorias y un mundo más comprensivo y colaborativo.
La máxima “las formas nos forman”, que me fue transmitida en mi juventud, muestra la influencia que nuestra forma de comportarnos tiene en nuestra vida diaria. Desde la sonrisa que contagia la alegría hasta el contacto físico que fortalece los lazos emocionales, cada gesto y comportamiento contribuyen a la compleja red de nuestras relaciones y bienestar. Al ser conscientes de esta influencia, podemos tomar las riendas de nuestra propia expresión y construir relaciones más satisfactorias, forjando así un camino hacia una vida más plena y enriquecedora.
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