El envejecimiento inflamatorio, un fenómeno que ocurre a medida que el tiempo avanza, se caracteriza por un sistema inmunitario que sufre deterioro con el paso de los años, dando lugar a una respuesta inflamatoria crónica y de bajo grado. Esta respuesta no es el resultado de una infección o una agresión externa, sino que se origina por la acumulación de daño celular y molecular en los tejidos. Este proceso inflamatorio, conocido como “inflammaging,” puede acelerar el proceso de envejecimiento y aumentar el riesgo de padecer enfermedades asociadas a la edad, tales como el cáncer, las enfermedades cardiovasculares, la diabetes, la osteoporosis, la sarcopenia, la fragilidad o las enfermedades neurodegenerativas.
El sistema inmunitario, que se compone de dos partes fundamentales, la inmunidad innata y la adaptativa, experimenta cambios con el envejecimiento de una manera particular.
La inmunidad innata actúa como la primera línea de defensa contra los patógenos y se encarga de reconocer moléculas generales presentes en muchos microorganismos, conocidas como patrones moleculares asociados a patógenos (PAMP). A medida que envejecemos, la inmunidad innata tiende a mantener su funcionalidad, aunque se vuelve más activa y menos regulada. Esto puede llevar a una producción excesiva de sustancias proinflamatorias, como las citoquinas, las cuales pueden causar daño en los tejidos y generar estrés oxidativo, promoviendo así un estado inflamatorio crónico. Además, la inmunidad innata puede reconocer moléculas propias liberadas debido al daño celular o al estrés, llamadas patrones moleculares asociados al daño (DAMP), y activar una respuesta inflamatoria innecesaria.
Por otro lado, la inmunidad adaptativa, que se deteriora más notablemente con la edad, pierde su capacidad de generar una respuesta efectiva y diversa ante nuevos patógenos o antígenos. Diversos factores contribuyen a este deterioro, entre ellos la involución del timo, el órgano responsable de la maduración de los linfocitos T. Asimismo, se produce una disminución en la producción de linfocitos B y T vírgenes en la médula ósea y, a lo largo de la vida, estamos expuestos a una mayor cantidad de antígenos, en especial a virus latentes. Esta exposición provoca una expansión clonal de linfocitos T de memoria específicos para estos antígenos, lo que reduce la capacidad de proliferación y diferenciación de los linfocitos T vírgenes y, además, conlleva la producción de citoquinas proinflamatorias que contribuyen al proceso de inflammaging.
El envejecimiento inflamatorio tiene consecuencias negativas en la salud y la calidad de vida de las personas mayores. Por un lado, disminuye la eficacia de las vacunas y aumenta la vulnerabilidad a las infecciones, en particular a las respiratorias, como la gripe o el COVID-19. Por otro lado, aumenta el riesgo de desarrollar enfermedades crónicas que tienen un componente inflamatorio, como el cáncer, las enfermedades cardiovasculares o las neurodegenerativas. Estas enfermedades pueden intensificar aún más el estado inflamatorio, creando un ciclo perjudicial.
El envejecimiento inflamatorio es un proceso complejo que involucra una serie de factores y mecanismos interrelacionados. Sin embargo, es posible prevenir o retrasar este fenómeno con medidas sencillas que no solo mejoran la salud, sino también el bienestar. El envejecimiento no debe ser sinónimo de enfermedad o deterioro, sino más bien una etapa de madurez y experiencia que es necesario preparar desde la infancia con hábitos de vida saludables que modulen el sistema inmunitario y reduzcan la inflamación.
La proteína IL-11, que promueve la inflamación, ha sido identificada como un posible objetivo para mitigar estos efectos negativos del envejecimiento. Así ha sido recogido por numerosos medios de comunicación a raiz del artículo titulado “Inhibition of IL-11 signalling extends mammalian healthspan and lifespan”, publicado en la prestigiosa revista Nature. Este estudio revela que la inhibición de la señalización de la proteína IL-11 puede extender tanto la salud como la vida útil de los mamíferos, específicamente en ratones. Esto abre la posibilidad de desarrollar terapias clínicas basadas en la inhibición de IL-11 para extender la salud y la longevidad en humanos. Actualmente, los tratamientos anti-IL-11 están en ensayos clínicos para otras patologías, lo que podría acelerar su aplicación en el contexto del envejecimiento.
Este trabajo no solo proporciona una nueva comprensión de los mecanismos subyacentes al envejecimiento, sino que también ofrece una esperanza tangible para el desarrollo de terapias que puedan mejorar la calidad de vida. A medida que la investigación avanza, es posible que veamos el surgimiento de tratamientos innovadores que transformen nuestra aproximación al envejecimiento y la longevidad.
La investigación de hoy es la terapia del futuro.