Insulina: Llave maestra para el equilibrio metabólico.

La glucosa es el principal combustible que utilizan las células para obtener energía y realizar sus funciones. Sin embargo, para que la glucosa pueda entrar en las células, se necesita la acción de la insulina, una hormona que produce el páncreas, situado detrás del estómago.

La insulina tiene la función de facilitar el paso de la glucosa desde la sangre hasta las células, donde se utiliza para producir energía o se almacena para su uso futuro. La insulina también ayuda a regular el nivel de glucosa en la sangre, manteniéndolo dentro de un rango tolerable por las arterias. Cuando una persona ingiere comida, el nivel de glucosa en la sangre aumenta. Esto hace que el páncreas libere insulina, que actúa como una llave que abre las puertas de las células para que la glucosa pueda entrar. De esta manera, el nivel de glucosa en la sangre disminuye y se evita que se acumule en las arterias y las células pasen hambre.

Pero, ¿qué pasa cuando las células se vuelven menos sensibles o resistentes a la acción de la insulina? Esto significa que la insulina no puede abrir las puertas de las células con la misma facilidad, y la glucosa no puede entrar. Como resultado, el nivel de glucosa en la sangre se mantiene alto, las células no reciben su combustible y el páncreas tiene que producir más insulina para intentar vencer esa resistencia. Esto se denomina resistencia a la insulina.

La resistencia a la insulina puede originarse por diversos factores, como el sobrepeso, la falta de ejercicio, antecedentes familiares, el envejecimiento, el estrés, el tabaquismo, el consumo de ciertos medicamentos. Este fenómeno suele transcurrir de manera silenciosa, es decir, sin manifestar síntomas evidentes, aunque puede detectarse a través de análisis de sangre que evalúen los niveles de glucosa e insulina. Es posible que, en los resultados de estos análisis, la glucosa aparezca en un rango considerado normal, y que el problema radique en que el páncreas deba trabajar de manera excesiva para mantener dicho nivel, segregando una cantidad desproporcionada de insulina. Esta situación conlleva a un estrés pancreático y a un deterioro del mismo, además de provocar daños en las arterias debido al exceso de insulina.

La insulinoresistecia es un problema de salud que tiene consecuencias graves si no se trata adecuadamente. Por un lado, la resistencia a la insulina puede provocar que el páncreas se debilite y deje de producir suficiente insulina, lo que conduce al desarrollo de diabetes tipo 2, una enfermedad crónica que implica un descontrol del nivel de glucosa en la sangre y que causa complicaciones en diversos órganos, como los ojos, los riñones, el corazón o el sistema nervioso.

Además, el exceso de insulina que se produce para compensar la resistencia a la insulina provoca diversos daños en el organismo, tales como:

   Alteraciones en el metabolismo de las grasas: el exceso de insulinainsulina estimula la síntesis de ácidos grasos y triglicéridos, y dificulta su degradación.

   Alteraciones en el metabolismo de las proteínas: el exceso de insulina inhibe la degradación de las proteínas y estimula su síntesis. Esto puede provocar un aumento de la masa muscular, pero también un engrosamiento de las paredes de los vasos sanguíneos, lo que reduce su diámetro, las hace menos flexibles por lo que se dificulta el flujo de la sangre y el control de la presión arterial.

   Alteraciones en el metabolismo de los minerales: el exceso de insulina favorece la retención de sodio y agua en el cuerpo, lo que provoca hipertensión arterial, edemas y sobrecarga del corazón y los riñones. Además, la insulina interfiere con el equilibrio de otros minerales, como el magnesio, el potasio, el calcio y el fósforo.

   Alteraciones en el sistema nervioso: el exceso de insulina afecta al funcionamiento de los neurotransmisores, las sustancias químicas que transmiten los impulsos nerviosos entre las neuronas. Esto altera el estado de ánimo, la memoria, el sueño, el apetito, la conducta y otras funciones cognitivas y emocionales. Además, la insulina parece favorecer la formación de placas de amiloide en el cerebro, lo que se relaciona con el desarrollo de la enfermedad de Alzheimer.

   Alteraciones en el sistema inmunitario: el exceso de insulina puede debilitar las defensas del organismo, haciéndolo más vulnerable a las infecciones, las inflamaciones y las alergias. Además, la insulina estimula el crecimiento de algunas células anormales, lo que se asocia con un mayor riesgo de algunos tipos de cáncer, como el de mama, el de colon, el de próstata y el de páncreas.

Como se puede ver, la insulina es imprescindible pero su exceso tiene efectos perjudiciales para la salud, por lo que es importante prevenir y tratar la resistencia a la insulina y la hiperinsulinemia. Es importante recordar que el tejido adiposo presenta una menor sensibilidad a la acción de la insulina, mientras que el tejido muscular es altamente receptivo a esta hormona.

Para promover una buena sensibilidad a la insulina, se aconseja adoptar una dieta equilibrada, baja en azúcares y grasas saturadas, y enriquecida con fibra, frutas y verduras. Es fundamental realizar ejercicio físico de forma regular, mantener un peso adecuado, abstenerse del tabaco y limitar el consumo de alcohol. Asimismo, es importante gestionar el estrés y garantizar un descanso adecuado. En algunos casos, puede ser necesario el uso de medicamentos que mejoren la sensibilidad a la insulina, como la metformina, siempre bajo supervisión médica.

La investigación de hoy es la terapia del futuro.

 

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