¿Frágil y mayor?: Por qué tu edad no define tu salud.

El edadismo, esa discriminación sistemática basada en la edad, se ha convertido en uno de los prejuicios más normalizados en nuestra sociedad. La equiparación automática entre edad avanzada y fragilidad representa uno de sus aspectos más perniciosos, afectando no solo a la forma en que la sociedad trata a las personas mayores, sino también a cómo estas se perciben a sí mismas.

Durante mucho tiempo, la edad cronológica ha sido considerada el principal indicador del estado de salud y la capacidad funcional de una persona. Sin embargo, la ciencia nos ha demostrado que la realidad es mucho más compleja. Este cambio de paradigma nos lleva a una conclusión fundamental: lo que verdaderamente importa no es la edad cronológica, sino nuestro estado y reserva funcional. La edad es un factor que no podemos modificar a voluntad, pues avanza inevitablemente con el paso del tiempo. Sin embargo, la fragilidad es una condición que sí podemos intervenir y mejorar.
Nuestra sociedad ha construido una narrativa que
asocia automáticamente la vejez con la dependencia, la fragilidad y la decadencia. Esta visión simplista y prejuiciosa ignora la enorme diversidad que existe entre las personas mayores. Cuando asumimos que alguien es “frágil” simplemente por su edad, estamos perpetuando un estereotipo que puede convertirse en una profecía autocumplida.

El edadismo se manifiesta en múltiples aspectos de la vida cotidiana:
– En el entorno laboral, donde se considera a los trabajadores mayores como menos adaptables.
– En el ámbito sanitario, donde ciertos síntomas se atribuyen automáticamente a la edad.
– En los medios de comunicación, que suelen representar a las personas mayores como dependientes y frágiles.
– En el lenguaje cotidiano, con expresiones condescendientes o infantilizadoras.

Sin embargo, la evidencia científica desmonta estos prejuicios. La edad cronológica, por sí sola, no determina la fragilidad ni la capacidad funcional de una persona.

Los prejuicios relacionados con la edad pueden tener consecuencias graves:
1. Afectan a la autoestima y la autopercepción de las personas mayores.
2. Pueden llevar a una menor participación social.
3. Influyen en las decisiones médicas y de tratamiento.
4. Generan barreras en el acceso a servicios y oportunidades.
5. Pueden provocar aislamiento y depresión.

La fragilidad NO es una consecuencia inevitable del envejecimiento, sino un estado físico y anímico que puede presentarse a cualquier edad y que, más importante aún, puede prevenirse y tratarse. Encontramos personas octogenarias que mantienen una vida activa y plena, mientras que hay individuos más jóvenes que presentan signos de fragilidad debido a diversos factores:
– Estilo de vida sedentario
– Mala alimentación
– Aislamiento social
– Enfermedades crónicas mal controladas
– Falta de estimulación cognitiva

Para combatir el edadismo y su impacto en la percepción de la fragilidad, necesitamos:
– Promover una imagen más diversa y realista del envejecimiento.
– Fomentar la participación activa de las personas mayores en todos los ámbitos sociales.
– Desarrollar políticas públicas que combatan la discriminación por edad.
– Educar a los profesionales sanitarios en la evaluación individualizada.
– Crear espacios intergeneracionales que rompan barreras y prejuicios.

Las expectativas sociales sobre el envejecimiento pueden tener un impacto profundo en cómo envejecemos. Cuando una sociedad espera que las personas mayores sean frágiles y dependientes, crea un entorno que favorece precisamente esos resultados. Por el contrario, las sociedades que valoran y promueven el envejecimiento activo tienden a tener poblaciones mayores más saludables y funcionales.

La asociación automática entre edad avanzada y fragilidad es un prejuicio que debemos superar como sociedad. El verdadero desafío no está en la edad cronológica, sino en cómo construimos un entorno social que permita a cada persona mantener su autonomía y capacidad funcional, independientemente de su edad.

La edad cronológica, aunque importante como referencia, no debe ser el único ni el principal criterio para evaluar la salud y la capacidad funcional de una persona. Solo cuando dejemos de ver la edad como un determinante de la fragilidad y comencemos a evaluar a cada persona por sus capacidades individuales, podremos construir una sociedad inclusiva que permita un envejecimiento digno y activo para todos. Esta realidad está transformando nuestra comprensión del envejecimiento y nos impulsa a centrarnos en aquello sobre lo que podemos actuar.

La edad es un número, la fragilidad es un estado de salud.

Nullius in verba

Fragilidad: Se puede prevenir y tratar en todas las edades.

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