La atmósfera es la capa de gases que rodea la Tierra y que nos permite respirar y estar a salvo de las radiaciones incompatibles con la vida. Sin embargo, esta capa está siendo alterada por la acción humana y por la naturaleza, que emiten sustancias contaminantes procedentes de la industria, el transporte, la agricultura, la quema de combustibles fósiles, los incendios forestales, los volcanes, las tormentas de polvo, el polen o las cenizas volcánicas. Estas sustancias se mezclan con los gases naturales de la atmósfera y cambian su composición, provocando efectos nocivos para la salud de las personas, los animales y las plantas.
Uno de los principales contaminantes atmosféricos son las partículas en suspensión, también llamadas material particulado o PM (por sus siglas en inglés). Se trata de pequeñas partículas sólidas o líquidas que flotan en el aire y que pueden ser de origen natural (como el polvo, el polen o las cenizas volcánicas) o antropogénico (como el humo, el hollín o los metales pesados). Estas partículas se clasifican según su tamaño en micras (la milésima parte de un milímetro), siendo las más peligrosas las más pequeñas, ya que pueden penetrar más profundamente en el sistema respiratorio y llegar hasta los alvéolos pulmonares, donde se produce el intercambio de oxígeno y dióxido de carbono entre el aire y la sangre.
Las partículas más pequeñas son las PM2,5, que tienen un diámetro menor de 2,5 micras, y las PM10, que tienen un diámetro menor de 10 micras. Para que te hagas una idea, el diámetro de un cabello humano es de unas 70 micras, y el de un grano de arena es de unas 90 micras. Por lo tanto, las partículas más pequeñas son invisibles al ojo humano, pero no por ello menos dañinas. De hecho, se ha demostrado que la exposición a estas partículas aumenta el riesgo de sufrir enfermedades respiratorias y cardiovasculares, como el asma, la bronquitis, el enfisema, la hipertensión, el infarto o el ictus. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), la contaminación atmosférica por partículas es responsable de unos 7 millones de muertes prematuras al año en el mundo.
Además de afectar a la salud, las partículas en suspensión también tienen impacto sobre el medio ambiente, ya que contribuyen al efecto invernadero, al cambio climático y a la lluvia ácida. Las partículas más pequeñas pueden permanecer en el aire durante largos periodos y viajar cientos de kilómetros, afectando a zonas lejanas a su lugar de origen. Así, pueden alterar el equilibrio de la radiación solar que llega a la superficie terrestre, ya sea reflejándola o absorbiéndola, y modificar la formación de nubes y la precipitación. También pueden depositarse sobre el suelo, el agua o la vegetación, y alterar su calidad y su biodiversidad. Por ejemplo, las partículas de nitratos y sulfatos pueden acidificar los suelos y las aguas, afectando a la agricultura y a la vida acuática.
Entre las fuentes naturales, destacan los volcanes, que pueden liberar una gran cantidad de PM de diferente tamaño, así como gases tóxicos como el dióxido de azufre (SO₂), el dióxido de carbono (CO₂), el cloruro de hidrógeno (HCl) o el fluoruro de hidrógeno (HF). Los volcanes también pueden provocar daños personales y económicos devastadores, como la erupción del volcán de Cumbre Vieja en La Palma en 2023.
Otra fuente natural de contaminación por partículas son las tormentas de polvo, que se producen cuando el viento levanta grandes cantidades de arena y tierra de las zonas áridas o semiáridas. Estas tormentas pueden transportar PM10 y PM2,5 a largas distancias, afectando a la calidad del aire y a la visibilidad. El polvo también puede contener microorganismos, metales pesados, pesticidas o contaminantes orgánicos persistentes que pueden tener efectos nocivos para la salud y el medio ambiente. Un ejemplo de este fenómeno es la calima, que se produce cuando el viento del este transporta polvo del desierto del Sáhara hacia las islas Canarias y la península Ibérica.
Como ciudadanos, podemos contribuir a mejorar la calidad del aire con gestos sencillos, como usar menos el coche (eléctrico incluido), más la bicicleta o el transporte público, ahorrar energía en el hogar, reciclar los residuos, evitar el uso de productos químicos o aerosoles, o plantar árboles. Pero también podemos protegernos de los efectos de la contaminación atmosférica, informándonos de los niveles de partículas y otros contaminantes que hay en el aire que respiramos. Para ello, existen aplicaciones de previsión meteorológica y páginas web que nos ofrecen datos actualizados y fiables sobre la calidad del aire en nuestra zona, así como alertas en tiempo real sobre posibles cambios o situaciones de riesgo. Estas aplicaciones nos permiten planificar nuestras actividades al aire libre, evitando las horas y los lugares más contaminados, y tomar precauciones, como usar mascarillas, ventilar la casa o consultar al médico en caso de tener síntomas relacionados con la contaminación .
La contaminación atmosférica por partículas es un problema invisible y mortal que nos afecta a todos, pero que también podemos combatir entre todos. Si queremos respirar un aire más limpio y saludable, debemos ser conscientes de la gravedad de la situación y actuar en consecuencia. El aire es un bien común y esencial para la vida, y debemos cuidarlo y respetarlo como se merece.
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