Fragilidad: Se puede prevenir y tratar en todas las edades.

La fragilidad es un síndrome que afecta a un porcentaje significativo de las personas mayores, y que se caracteriza por una disminución de la capacidad de adaptación y recuperación ante situaciones de estrés, ya sean físicas, psicológicas o sociales. La fragilidad aumenta el riesgo de sufrir eventos adversos como caídas, hospitalizaciones, dependencia, deterioro cognitivo o muerte. Por ello, es importante identificarla, así como intervenir de forma adecuada para revertir o retrasar sus consecuencias.

La fragilidad no es una consecuencia inevitable del envejecimiento, sino que es un proceso dinámico y multidimensional que se puede prevenir y tratar. Existen diferentes modelos teóricos para explicar la fragilidad, pero el más aceptado es el propuesto por Fried et al, que la define como la presencia de al menos tres de los siguientes criterios: pérdida de peso involuntaria, debilidad muscular, fatiga, lentitud al caminar y baja actividad física. Estos criterios se basan en la evidencia de que la fragilidad está asociada a una disminución de la masa y la función muscular, así como a un desequilibrio entre el gasto y el consumo energético.

La prevalencia de la fragilidad varía según los criterios utilizados y las características de la población estudiada, pero se estima que afecta a alrededor del 10% de las personas mayores de 65 años, y que aumenta con la edad y el sexo femenino. Según un estudio realizado en 10 países europeos, España es uno de los países con mayor prevalencia de fragilidad (27,3%) y prefragilidad (50,9%) en las personas mayores de 65 años.

La fragilidad es un síndrome complejo que tiene múltiples factores causales y contribuyentes, entre los que se encuentran el envejecimiento celular, la inflamación crónica, el estrés oxidativo, las alteraciones hormonales, la sarcopenia, la malnutrición, las enfermedades crónicas, los polimedicamentos, los factores psicosociales y ambientales. Todos estos factores interactúan entre sí y provocan una pérdida progresiva de la reserva funcional y la homeostasis (equilibrio entre todos los sistemas del cuerpo necesarios para sobrevivir y funcionar de forma adecuada) de los diferentes sistemas orgánicos.

La identificación precoz de la fragilidad es fundamental para poder intervenir antes de que se produzca un deterioro irreversible. El tratamiento de la fragilidad debe ser individualizado y multidisciplinar, e incluir intervenciones dirigidas a modificar los factores causales o contribuyentes. Las intervenciones más efectivas son las que combinan ejercicio físico supervisado y adaptado a las capacidades y preferencias de cada persona, con una adecuada nutrición que aporte suficientes proteínas y calorías para prevenir o corregir la sarcopenia y la malnutrición. También se debe realizar una revisión y ajuste de los medicamentos para evitar el uso innecesario o inapropiado, así como una valoración y manejo integral de las enfermedades crónicas y los síndromes geriátricos asociados. Además, se debe fomentar la participación social y el apoyo psicológico para mejorar la calidad de vida y el bienestar emocional.

La fragilidad no es un problema exclusivo de las personas mayores, sino que puede afectar a cualquier edad, aunque con una frecuencia y unas características diferentes. La fragilidad en las edades más jóvenes se denomina fragilidad precoz o fragilidad emergente, y se define como la presencia de uno o más criterios del fenotipo de fragilidad de Fried en personas menores de 70 años.

La fragilidad precoz tiene una prevalencia estimada del 4,1% en la población general de 18 a 65 años, y del 7,8% en la de 50 a 65 años. Los factores que se asocian a la fragilidad precoz son el sexo femenino, el bajo nivel educativo, el bajo ingreso económico, el tabaquismo, el consumo excesivo de alcohol, la obesidad, la diabetes, la hipertensión, la enfermedad cardiovascular, la depresión y la ansiedad.

La fragilidad precoz tiene importantes implicaciones para la salud y la calidad de vida de las personas afectadas, ya que aumenta el riesgo de discapacidad, dependencia, hospitalización, institucionalización y mortalidad. Además, la fragilidad precoz puede tener un impacto negativo en el ámbito laboral y social, al reducir la productividad, la empleabilidad y la participación social.

La prevención y el tratamiento de la fragilidad precoz son esenciales para evitar o retrasar su progresión a la fragilidad establecida y sus complicaciones. Para ello, se recomienda realizar una detección temprana de las personas en riesgo o con signos de fragilidad precoz, mediante instrumentos sencillos y válidos como el Cuestionario FRAIL o el Test SPPB. Asimismo, se deben implementar intervenciones basadas en el ejercicio físico regular, una alimentación saludable y equilibrada, el control de los factores de riesgo cardiovascular, el abandono del tabaco y el alcohol, el manejo adecuado de las enfermedades crónicas y los problemas psicológicos, y el fomento de la actividad laboral y social.

La fragilidad es un factor determinante en el resultado de los pacientes sometidos a cirugía, especialmente si se trata de una cirugía mayor o compleja. Los pacientes frágiles tienen más probabilidades de presentar complicaciones postoperatorias, como infecciones, sangrados, fallo orgánico o delirio. También tienen más riesgo de requerir cuidados intensivos, reingresos hospitalarios o traslados a centros de larga estancia. Además, la fragilidad se asocia a una mayor mortalidad perioperatoria y a largo plazo.

Es MUY importante evaluar el grado de fragilidad de los pacientes que van a ser intervenidos quirúrgicamente, realizar una adecuada planificación preoperatoria que incluya medidas para optimizar su estado físico y nutricional, así como para reducir el estrés quirúrgico y anestésico. Asimismo, se debe efectuar un seguimiento postoperatorio estrecho y multidisciplinar que permita detectar y tratar precozmente las posibles complicaciones, y favorecer una recuperación funcional rápida y completa.

La fragilidad es un síndrome que puede presentarse en todas las edades, pero que tiene una mayor prevalencia e impacto en las personas mayores. La detección precoz y las intervenciones multidimensionales son clave para prevenir y tratar la fragilidad en cualquier etapa de la vida.

La investigación de hoy es la terapia del futuro.

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