El proceso que conduce a un infarto o un ictus es comparable a una obra de teatro que se desarrolla lentamente durante décadas, con la pared interna de nuestras arterias como el escenario principal. Esta historia comienza con el endotelio, una delicada capa de células que recubre el interior de nuestros vasos sanguíneos, actuando como un guardián inteligente que regula el paso de sustancias y mantiene la salud vascular.
Todo comienza con pequeñas agresiones al endotelio. La presión arterial elevada, el exceso de azúcar en sangre, el tabaquismo o niveles altos de colesterol “malo” (LDL) causan microlesiones en esta barrera protectora. Es como si pequeños arañazos aparecieran en una pared perfectamente lisa. Estas lesiones iniciales pueden comenzar incluso en la adolescencia, aunque permanecen completamente silenciosas durante años.
Cuando el colesterol LDL circula en exceso por el torrente sanguíneo, algunas de estas partículas logran penetrar a través de estas microscópicas lesiones endoteliales, quedando atrapadas en la capa más profunda de la arteria, la íntima. Aquí es donde comienza el verdadero drama: estas partículas de colesterol sufren un proceso de oxidación, similar a cómo una manzana se oscurece al contacto con el aire. El colesterol oxidado es percibido por nuestro sistema inmunitario como un invasor que debe ser eliminado.
En respuesta a esta amenaza, el cuerpo inicia un proceso inflamatorio. Los glóbulos blancos, principalmente macrófagos, acuden al lugar como bomberos a un incendio. Estas células defensivas intentan “devorar” el colesterol oxidado, pero al hacerlo se transforman en células espumosas, cargadas de grasa, que se quedan atrapadas en la pared arterial. Este es el comienzo de lo que se conoce como placa de ateroma.
Aunque la inflamación inicialmente pretende ser protectora, acaba siendo parte del problema. Los macrófagos transformados en células espumosas liberan sustancias que atraen a más células inflamatorias, creando un círculo vicioso. Además, estimulan a las células musculares lisas de la pared arterial (la capa exterior) para que se multipliquen y produzcan más matriz extracelular, como si construyeran una coraza alrededor del núcleo grasoso de la placa.
Con el paso de los años, esta placa crece silenciosamente, formando una estructura compleja con un núcleo rico en lípidos cubierto por una capa fibrosa. Es como un volcán dormido que va acumulando presión. Las placas pueden crecer hacia el interior de la arteria, estrechando progresivamente su luz y dificultando el paso de la sangre, o expandirse hacia fuera, manteniendo el flujo sanguíneo pero debilitando la pared arterial.
El verdadero peligro surge cuando la placa se vuelve “vulnerable”. Esto ocurre cuando su cubierta fibrosa se adelgaza debido a la acción de enzimas liberadas por las células inflamatorias. Una placa vulnerable es una bomba de relojería: en cualquier momento puede romperse, exponiendo su contenido al torrente sanguíneo. Cuando esto sucede, se activa inmediatamente el sistema de coagulación, formándose un trombo que puede ocluir completamente la arteria.
Si esta oclusión ocurre en una arteria coronaria, el resultado es un infarto de miocardio. Si sucede en una arteria cerebral, se producirá un ictus. Todo este proceso, que puede haberse gestado durante 30 o 40 años, culmina en cuestión de minutos u horas con un evento cardio o cerebro vascular agudo.
La buena noticia es que este proceso puede ralentizarse e incluso revertirse parcialmente. El control de los factores de riesgo cardiovascular (hipertensión, diabetes, tabaquismo, sedentarismo, obesidad abdominal), una alimentación saludable rica en antioxidantes y el ejercicio regular pueden ayudar a mantener un endotelio sano. Además, medicamentos como las estatinas no solo reducen el colesterol, sino que también tienen efectos antiinflamatorios que ayudan a estabilizar las placas vulnerables.
Comprender este proceso nos ayuda a entender por qué la prevención cardiovascular debe comenzar temprano en la vida y mantenerse a lo largo de los años. Una persona con placas de ateroma puede sentir dolor en el pecho al realizar un esfuerzo o, por el contrario, pensar que está totalmente sana. La aterosclerosis es como un jardín que cultivamos día a día con nuestros hábitos: podemos sembrar salud o enfermedad, pero los frutos tardarán décadas en manifestarse.
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